Monday, September 08, 2008

SEMBLANZA ONOMÁSTICA

Hoy hace 59 años que nací. Como era un 8 de septiembre nací como todos nacemos, virgo. Luego pasa lo que pasa. Dice el horóscopo que los virgo somos sensibles, introvertidos, inteligentes. Pero eso son pamplinas. Cuando hay que tener mala leche, también se tiene. Y a veces nos hacemos pasar por tontos, que queda bien. Según mis genes y las estadísticas debería de vivir la media de edad de la suma de las edades de mis padres, así que si sumamos 59+86= 145%2= 72.5, por lo que me quedan aún trece navidades que celebrar (no es mal número); aunque a veces la balanza se inclina por la cifra menor, por lo que estaría ya rondando mi definitivo año de vida y tendría que empezar ya a ir despidiéndome de vosotros. Si os sirve desde aquí. Ciao, hermanos. Adiós, familia. Claro que también podría vivir hasta los 86; en ese caso tendría que pediros perdón por despedirme antes de tiempo, por daros una sofoquina a destiempo y haceros llorar en vano y sobre todo, por echar sobre vuestros hombros la responsabilidad de cuidarme 27 años más. ¿Quién aguantaría hoy eso? Así que vamos a dejarlo en lo 13 añitos dela estadística. Y luego que el destino juegue su turno. Todo queda, pues, como al principio. En los genes no hay nada de nada sobre el destino de los cumpleaños. Al nacer lloré -como cualquier hijo de vecino- pero la comadrona me dio un leve soplamocos y un azote en el culito y se me fueron las ganas para siempre. Tras mi primera noche de berrinches me llevaron al cuarto oscuro; prendí la luz y tuve la suerte de que era la habitación de los juguetes; como allí no hubía nadie todavía pude durante algún tiempo disfrutar de ellos sin que nadie me los disputara. Cuando llegaron mi hermana y mis demás hermanos, yo ya estaba cansado de jugar solo y de romper los juguetes, así que tampoco me dio rabia que me desposeyeran de ellos. Como al ir creciendo presentaba buenas maneras -no como ahora- todas las mujeres del pueblo querían darme un beso, para quedar bien con mi madre -supongo. Así que para librarme de esta esclavitud tuve que inventarme una argucia: a toda la que me besaba le decía: "tú no, que tienes bigote". Las mujeres empezaron a tener miedo de que yo les dijera semejante intemperanza en público por lo que una a una fueron abandonando tan insana costumbre. Y desde entonces empecé a crecer sano y robusto, sin tener que estar constantemente limpiándome con el mangote las babas de la cara. Pero para entonces ya tenía cara de mayor y empezaron a pedirme responsabilidades por ello, así que un día que me gasté infantilmente la recaudación del fin de semana para todos mis hermanos en chucherías y no aparecí por casa, vi venir a mi padre con la moto, subirme en ella a toda prisa y devolverme a casa. La primera responsabilidad de mi vida la dio mi culete que me pusieron como un tomate a correazos. Debí de responder bien, pues nunca más tuve que volver a rendir cuentas ni con el pompi, ni con los mofletes. Y volví a crecer sano y robusto. Hasta hoy. ¡Je, je, je!