Tuesday, March 25, 2008

POR TIERRAS DE IRELAND

VIAJE A IRLANDA
DEL 14 AL 20 DE MARZO DE 2008

GRUPO: MARY, MARI, CARMEN, FEDE Y BELÉN, MARÍA JESÚS Y DIONI, CRISTINA Y NACHO, JUAN Y CARMEN, SALVA, PEDRO.

14 MARZO 08: VIERNES
Entre las 5:30 y las 6:00 llegamos todos al aeropuerto de Manises. Saldamos deudas atrasadas. Algún pequeño susto por un DNI caducado. A las 7:30 sale el vuelo FR9884 de Rayanair a Liverpool adonde llegamos a las 9:15 con 15 min de adelanto y con un pequeño susto en la frenada del aterrizaje. Tras recuperar el equipaje y facturarlo nos fuimos a la cafetería (aceptaban euros pero devolvían en libras). Foto con la escultura de John Lennon –que da nombre al aeropuerto- Algún cigarrillo al aire libre para pisar aire británico y ver un submarino amarillo, el trasiego de autobuses, un equipo de rugby con facha de celebración de St Patrick’s y un grupo de chicas con cuernos amarillos que celebraban una despedida de soltera. Sufrimos un registro digno de militantes del IRA.
13:00 Salida rumbo a Derry en el vuelo FR6432 del Grupo Lesma. (Fotos de la zona tras el despegue y desde el cielo de Derry).Llegamos a las 14:00. La pista comienza junto al mar y el aterrizaje fue algo anticipado. Nos esperaba Gerard con su furgoneta de pasajeros. Parada en el supermercado Dunnes Store de Letterkenny para proveernos de materia prima (bebida y bocadillos) para las marchas. De la ciudad se divisaba la aguja de la catedral de S.Eunan y la aguja de otra iglesia junto al lago. Admiramos el paisaje de suaves ondulaciones y verde manzana del norte de Irlanda con pequeños rebaños de ovejas merinas pastando en dehesas; sus iglesias y cementerios adjuntos, sus caseríos dispersos y hasta una boda junto a una iglesia circular.
Llegamos a Ardara. En el hotel la “landlady” nos preparó un té caliente. Salimos hacia el pub (era el Nancy’s?) donde había que registrarse. Primeras pintas de Guinnes y a la hora convenida nos registramos en las tres marchas difíciles (strenuous) 95€, tras una breve orientación de Paul:. Juan y Carmen en el paseo del primer día. Y a dormir para estar en forma.

15 DE MARZO 08: SÁBADO
Desayuno a las 8:00. Nos preparamos los bocadillos y mochilas y marchamos al Community Centre; concentración en la cancha de baloncesto con sesión oficial de fotos (de las que nunca más se supo). Paul nos explica el recorrido entre Teelin y Malinbeg pasando por Bunglass, 500 m de altura acumulada. Decidimos unirnos al grupo que procedería de Teelin a Malinbeg (otro grupo haría la ruta en sentido contrario). Tres microbuses; nosotros con Gerard. Pasamos la población de Carrick. La marcha comienza con una subida rápida (rompepiernas) y una larga senda escalonada con losas de piedra que nos dejará ante la visión amenazante de la panda del Slieve Liegue (acantilado más alto de Europa). No se ve la cumbre porque una niebla persistente nos la oculta. Lluvia, viento y frío. Llevamos puestos todos nuestros pertrechos: gorro, guantes, chubasquero completo. Los bancos de niebla se suceden con rapidez. Entre uno y otro podemos hacer alguna que otra foto rápida. En la cima del acantilado (cliff) una linde de poco más de un metro de ancho (One Man’s Pass) nos franquea en dos ocasiones el camino. No se ve el fondo, pero al pasar Paul nos recuerda no sin cierta sorna retadora: “six hundred metres on the left, six hundred metres on the right”: esa es la caída libre del vacío hasta donde rompe el oleaje. La falta de visibilidad nos facilitó el no sentir vértigo, pero desde ese día sueño despierto algunas pesadillas de atracción al vacío. Esta ruta supuso nuestro bautizo con un firme irlandés que esconde sorpresas: no hay camino, lo hacemos al andar y de paso hundimos nuestras botas en una hierba traicionera que nos impide ver el agua que la encharca y los agujeros (holes) que a veces abre el agua en la tierra pero inadvertidos para el que camina. A esa sensación pesada de hundir los pies en el agua-fango-hierba la llamamos a partir de entonces “chop, chop”. En la bajada y ya aclarada la niebla, fotografiamos los precipicios y la cumbre que habíamos dejado atrás y una especie de fortín de piedra que debería de ser los que llaman el “giant’s chair”. Los guías llevaban cintas para significarse, algunos de tantos colores como veces habían escalado esta altura. A mitad de camino nos cruzamos con el grupo que había iniciado la ruta en Malinberg. Llegamos al bus bastante mojados y ateridos. Tras una ducha reconfortante volvimos a ser nosotros mismos. Cena tipo desayuno (tostadas, zumo, té) más un plato de bacon y huevo... nos devolvió el ánimo. Marchamos a un pub donde un trío tocaba y cantaba música folk en directo. Ocupamos un reservado frente a la barra. En Ardara tomábamos las pintas a 4€ y las medias pintas a mitad de precio. Luego en Dublín se encarecería cada una en un euro. De vuelta al hotel nos dedicamos a secar las botas con los secadores de pelo y los radiadores. Cada oveja dormía con su pareja, excepto Salva y yo que compartíamos habitación; y las dos Marías y Carmen que estaban en el albergue en una habitación más incómoda, pobrecillas. La ropa húmeda se la dimos a la señora del hotel para que la colgara en una sala caldeada.
Juan y Carmen habían tenido su correspondiente sesión de marcha por los famosos “cottages”, paseo que resultó más largo de lo anunciado. Pero tuvieron tiempo de darse una comida, una siesta y el té de la landlady.

16 DE MARZO 2008: DOMINGO
Segunda marcha difícil (strenuous), esta vez algo más al norte que ayer, también por la costa: entre Port y Maghera: las 6 horas se convirtieron casi en 8 con una altura acumulada de 880 m. Unos 90 senderistas. Día seco (ya no nos volvería a llover en el resto de nuestra estancia en Irlanda). Pero fue un día de frío y viento; toda la marcha se desarrolla por los acantilados, más suaves que los del día anterior, con buenas vistas sobre las ensenadas que se abren en el mar surcadas de islotes o peñascos. Las subidas son constantes, con abundancia de “chop, chop” y de hoyos, muy resbaladizo debido a las lluvias precedentes y al hecho de que la tierra ya no admite más agua; hay grandes extensiones de turba que sobresale entre medio y un metro y que hay que escalar y descender constantemente. Marcha lenta en la primera mitad del recorrido, con constantes paradas. En una de ellas y a la vista del Glen Loch se nos contó la historia de un Carlos de Inglaterra y del poeta Dylan Thomas; el primero estuvo algunos días por la zona que consideraba el lugar más plácido del mundo; el segundo rondó la zona y se albergó en un cottage para desintoxicarse de su afición a la bebida y las drogas. Más acelerada la segunda parte por lo que hubo dispersión de senderistas y dudas en cuanto al camino a seguir ya que los guías no asistieron a todos los grupos. Hubo algunos incidentes: una mujer irlandesa tuvo que abandonar (a partir de ahí Carmen tendrá que soportar la bromita del “Are you ready?; como yo la de New York o la estatua de la Libertad del primer día. Que se lo digan a Salva; alguien de nuestro grupo se cargó de malas sensaciones tras varias culadas. Otro alguien del grupo se cayó y golpeó la barbilla con una piedra; posteriormente se coló en un agujero y se dobló la pierna por lo que tuvo que hacer la última parte del camino en volandas de Paul y otro guía sorteando constantemente una manguera de riego. El último tercio de la marcha, el más caótico (dispersión, dehesa vallada, falta de guías...) vino acompañado por la visión de la bahía de Maghera y de sus dunas y playa, aunque no podíamos ver sus cuevas alojadas a nuestros pies. Nuestra queja surtió efecto pues al día siguiente los guías fueron muy efectivos y disciplinados. Llegamos exhaustos y sudorosos al autobús. Ducha, cena accidentada con desmayo y visita de urgencias de un alguien de los anteriores al hospital de Letterkenny en taxi acompañada por Mary, a quien le tocó hacer de buena samaritana. Afortunadamente, tras un día de reposo, todo fue bien y en Dublín nos sonrió la fortuna. Nos tomamos el merecido consuelo en el pub, esta vez al Nesbitt Arms Hotel con música irlandesa en celebración de la víspera de St Patrick’s. Fede, Juan y Carmen habían hecho su recorrido particular por Ardara, su playa y sus paisajes.

17 DE MARZO 08: LUNES, ST PATRICK’S DAY
Ruta por el Parque Nacional Glenveagh y los montes de Derryveagh. Fuimos 35 excursionistas. Se hizo en 6 horas, media hora menos de lo calculado, con un ascenso acumulado de 750 m. En la primera escalada el que suscribe metió la pata en un agujero y se dio un golpe en la rodilla que se le puso como un balón; no tuvo más remedio que callarse y aguantar el mal trago; con unos masajes bajó la hinchazón y pudo proseguir el camino. Aún la tengo dolorida y algo hinchada. La verdad es que no me molestaba al andar, sólo me dolía. Constantes subidas por un terreno afortunadamente rocoso, de granito, pues pisar por la roca era más seguro y menos resbaladizo que por la hierba traidora, que también ocultaba sus amargas sorpresas. Muchos lagos y espléndidas vistas; sólo dos paradas para bocadillo; pero alguna parada más para conmemorar el día con música irlandesa (un guía se llevó su flauta) y un breve baile. En un momento determinado se veía desde una de las cumbres (aquella en que encontramos gran cúmulo de nieve) cuatro cimas en sucesión: la primera el Errigal, un isósceles impresionante por su belleza, la última el Glen Poison. Nos explicaron que en Septiembre se hace una marcha que dura 24 horas y que transcurre por las cuatro cumbres. Veíamos desde esta aquí el Slieve Liegue al sur; entre el Slieve Liegue y nosotros, las cumbres de los acantilados de la marcha del día anterior. Al norte, la isla Tory; algo más acá el Bloody Foreland (=cabo sanguinolento, por su color) y al sur la isla de Aran cuya presencia nos había acompañado casi toda la ruta del segundo día. Las vistas del segundo y tercer día fueron realmente espléndidas. Uno de las cumbres (la nevada) era redonda como un balón, para escalarla hubo que dar un rodeo y en su subida, al ser redonda no se veía nunca el final. Conforme ascendíamos el punto culminante se desplazaba también dando sensación de no llegar nunca. Curioso. Despedida en el Community Centre de Paul y Donnald. Fede, Belén, Juan y Carmen habían pasado el día en comandita visitando en taxi las cuevas de Maghera y luego Killybegs (el pueblo de pescadores). Tras la cena pagamos religiosamente a la dueña y nos marchamos al pub, al mismo que el segundo día, el del reservado. Había música en directo y una anciana desdentada e incansable sacando a bailar a cuantos se le cruzaban en el camino que no eran pocos. Nuestra última pinta en Ardara.

ARDARA-DUBLIN 18 MARZO 08
A las 6.00 ya estábamos en la furgoneta de Gerard rumbo a Donegal; misma dirección que si fuéramos a Killybegs pero poco antes se desvía a Inver para llegar a Donegal y a su miniaeropuerto: minisala de espera, minifacturación (no hubo problemas de peso, por suerte) y el pequeño susto de alguien que no encontraba la documentación –costó de tan bien escondida como estaba- Superada la sorpresa iniciamos el vuelo RE202G de AerAran que atraviesa Irlanda dirección NW-SE y entramos en la bahía de Dublín del que vemos perfectamente el puerto desde el aire. Tomamos el bus aeropuerto-Dublín con billete de ida y vuelta que nos desembarcó en O’Connell Street, cerca del monumento a la luz y junto a la estatua de James Joyce con quien algunos nos hicimos la correspondiente foto. Caminamos arrastrando nuestras maletas hacia el río: pasamos por el edificio de Correos con la placa conmemorativa de la declaración de independencia; en el centro de la calle un carril peatonal con unas esculturas cibernéticas de hombre o mujer en movimiento. Grandes almacenes, tiendas de ropa, Cruzamos al otro lado de la calle por delante del monumento a O’Connell y cruzamos el puente por su lado occidental para por Aston Quai (pegado al río Liffey) llegar a Anglesea St que es donde está el albergue. Tras una larga espera dejamos las maletas amontonadas a la entrada pues hasta las 14:00 h no nos daban habitaciones y marchamos a rondar la ciudad. Primero, Trinity College: entramos en sus recintos y después de desayunarnos en su restaurante nos apuntamos algunos a una visita guiada que terminaría en el museo del Libro de Kells y en la Biblioteca antigua. Se nos explicó el origen de la universidad, la sucesiva organización de sus edificios, los estamentos de la misma (students and fellowers), algunos personajes célebres (como las dos estatuas que flanquean el campanario de su patio interior; uno, un rector que se tuvo que tragar su promesa de que las mujeres no estudiarían en esa universidad y otro famoso profesor. Pasamos por la esfera dentro de otra esfera, tipo de monumento que se halla en otras ciudades (N.York, Tel-Aviv, etc..), la bilbioteca nueva donde se conserva un ejemplar de cada libro que se registra en el país, para seguir con la exposición del Libro de Kells (manuscrito del s. IX de los evangelios en latín ilustrados con viñetas o letras a todo color; la exposición abunda en la explicación del libro y su época) Pasamos a continuación a la Biblioteca antigua: anaqueles de madera catalogados por letras con los libros antiguos embutidos en sus estanterías, efigies en mármol de personajes célebres de la historia irlandesa (Swift...), un cartel anunciando el discurso de independencia con la firma de los declarantes, las escaleras de madera para alcanzar a los libros, mesas con documentaciones originales, el arpa más antigua de Irlanda y otros objetos como una máquina de escribir muy antigua, su artesonado de madera, etc.. Pasamos frente al Bank of Ireland (sede del parlamento hasta 1804). El actual parlamento (Dail Eireann) está en Merrion Sq. Volvimos al hostal a pedir habitación. Faltaba alojar a uno así que a propuesta de mi cuñada y hermano me quedé yo en su habitación. El grupo decidió hacer una derrama para paliar el precio doble que les costaba la habitación a Juan y Carmen. Y ellos correspondieron con una invitación en el restaurante/pub ¿alguien recuerda su nombre? de estilo neoclásico que se encuentra saliendo de Anglesea St a College Green, justo enfrente. El edificio fue antiguamente un banco y conserva su configuración, incluso un letrero en el que van corriendo las entradas con los índices de la bolsa. La barra impecable con una gran cantidad de grifos de barril con todas las clases de cerveza: Guinness, Stout, Beamish, Kilkenny (¿qué otras recordáis? Cristaleras, estucos y hasta un viejo piano desafinado en el que alguien toqueteó algunas melodías. Nos sentamos en taburetes altos y degustamos tranquilamente la cerveza y el momento mientras conversábamos animadamente. A la entrada, una efigie en bronce de un notable periodista irlandés, Patrick Kavanagh, que acudía a ese pub a atiborrarse de vaho etílico. Dimos una vuelta por Grafton St. Cenamos ese día en un restaurante italiano: dos platos y bebida. Después de la cena Salva, Juan y yo nos nos perdimos por el puente del medio penique, Ormond Quay Lower, Grattan Bridge, Parliament St, City Hall, nos asomamos al castillo de Dublín y volvimos al rebaño. Luego fuimos todos de “pubeo” por Temple Bar. Creo que estuvimos en el pub de enfrente del albergue con actuación en directo (vocal-guitarrista y acompañante) Costó dormirse porque el pub Oliver St John Gogarty (el mismo del albergue) estuvo abierto hasta tarde.

DUBLIN 19 MARZO 08
Me desperté a las 6:00. Así que a las 6:30 salí a dar un paseo matinal por Dublín. Me recorrí toda Grafton St. Los primeros trabajadores marchaban con prisa hacia su destino. La calle peatonal estaba vacía (a la vuelta la veré toda ocupada por los camiones de reparto). La calle desemboca en St Stephen’s Green. Recorrí su ala norte, pasé por delante del hotel Shelbourne: sobre su verja corrida, unos pilares rematados en bronces representando mujeres nubias portalámparas. Su entrada con puerta giratoria nos deja en un vestíbulo con bellas lámparas de lágrimas de cristal; estancias de lujo y clientes de alto estándin, conserje con sombrero de hongo. En una esquina un monumento megalítico en honor de Tone (dirigente nacionalista) al que llaman Tonehenge por similitud con Stonehenge (sur de Inglaterra) Cogí un periódico gratuito; la noticia del día es el atropello de dos chicas irlandesas en una ciudad italiana por un chófer que superaba en tres veces la tasa de alcohol. Por Merrion Street Upper desemboco en Merrion Square. Le doy una vuelta fijándome en los pórticos georgianos de sus casas, sus balcones de hierro forjado, sus sótanos típicos con escalera exterior de acceso, sus verjas de hierro. De vez en cuando una placa en que figura el personaje que vivió en dicha casa (O’Connell, Yeats, Wilde). En Merrion Sq West están los edificios de la National Gallery y del Parlamento. Vuelvo deshaciendo mis pasos por el mismo camino al albuergue. Desayuno continental a las 8:00 (por suerte menos continental que los que sirven en Inglaterra). Decidimos visitar el castillo de Dublín, la Christ Church Cathedral y la National Gallery. Salimos sin Mary, que tenía visita familiar, hacia St Andrew St (paralela a College St) donde está la oficina de turismo en una antigua iglesia. Miramos planos y regalos. Enfrente mismo está un pub verde que solía visitar James Joyce, es el O’Conneill’s. Salimos a Dame Street (continuación oeste de College St) pasando por delante del ayuntamiento (City Hall) hasta la bocacalle del castillo: lo vemos por fuera, admiramos su torreón redondo original; hacemos unas fotos en la plaza de armas y decidimos no visitarlo. Por Castle St llegamos a Christ Church Cathedral: foso en ruinas de su antigua sala capitular. Enfrente mismo su portada románica con los capiteles bastante deshechos por la humedad. Sólo una cabeza en la clave se mantiene en mejores condiciones. Raros arbotantes. Nos asomamos a su entrada: hay un monumento de alabastro y al abrir la puerta se divisa algo del interior. El sepulcro de Strongbow, el atril medieval y la cripta se quedan para otra ocasión. Un arco del fines del s. XIX une la catedral con el edificio que alberga la exposición Dublinia del mismo siglo (la historia de la ciudad de Dublín desde sus orígenes). Su torre, St Michael’s Tower, es un punto privilegiado para ver Dublín, pero desistimos de ello. Por Patrick St llegamos a St Patrick’s Cathedral: nos asomamos y vemos el rincón de Swift con una vitrina donde se exhibe su mascarilla funeraria y objetos del escritor. Se observan también bustos de famosos personajes en mármol y el bullicio de los visitantes. Poco más porque tampoco la visitamos. Cristina y Nacho deciden dar una vuelta por su cuenta, los demás vamos en dirección Merrion Sq, pero apenas pasada la catedral y su cementerio, los que íbamos algo retrasados (Salva, Dioni, María Jesús, Juan y el menda) metimos las narices en la Marsh’s Library construida en 1701, la biblioteca pública más antigua de Irlanda. El que la cuida nos oye y sale en nuestra busca improvisando estúpidas frases en español como “el gato está cómodo.” (u otro ridículo parecido). Nos deshicimos como pudimos de tan pegajoso y absurdo aprendiz de idiomas. Los rezagados por Kevin St Lower y Cuffe St llegamos a St Stephen’s Green a la que dimos una vuelta completa pasando por delante de Newman House con un león sobre el tejadillo de entrada, la universidad católica a que asistieron Pearse, de Valera y Joyce. Por el móvil nos enteramos de que íbamos a comer en una transversal de Grafton St, Duke St. La mayoría optamos por un plato de ternera con guarnición. A la hora del té/café me adelanté a la National Gallery. Fui directamente a las salas 32-33 de pintura española: cuatro Goyas (un pequeño retrato de una dama y el sueño, de buena factura). Algunos Murillos. Allí me vi con el grupo y seguimos visitando otras salas: Caravaglio, algún Rembrandt, un cuadro insuperable de Vermeer (la carta), la sala Yeats (con retratos de su hijo poeta y otros irlandeses). La pintura del s.XX estaba en la sala 23: un Picasso de un cubismo muy inicial, un excelente Modigliani, un arlequín de Juan Gris, etc. Volvimos por St Stephen’s Green, entramos otra vez en el Shelbourne Hotel. Los stand de prensa vespertina atraían a sus lectores con anuncios sensacionalistas “Toddler sees father stabbed to death” del Irish Independent. Dedicamos el resto de la tarde a la zona norte: caminar la O’Connell St. Nos metimos a tomar un café o té en la cafetería que hay en la esquina con Earl St North junto a la estatua de James Joyce con escaparates a la calle. Un simpático viejete octogenario me preguntó por la calle Parnell que resultaba estar más al norte. Hicimos algunas compras en Carroll’s Irish gift shop Nos situamos en la entrada de correos, observamos el obelisco o espiral iluminado en su mitad y en la punta. Reencontramos a Mary. Y ya todos juntos volvimos a Temple Bar a cenar en un restaurante italiano a base de pasta o pizza o fish special (bacalao con couscousse). Un breve paseo por la zona del Halfpenny Bridge (la cúpula de la Mansion House se destaca hacia el este junto con el único rascacielos del centro de Dublín). Las luces de Dublín se asoman al Liffey. De allí al Oliver St John Gogarty bar a por las últimas birras, con música irlandesa en directo (el primer cantante con acento americano). Mis tímpanos sensibles no admitían tanto decibelio y aproveché para darme la ducha que no podría al día siguiente. De nuevo el sueño tardó en llegar hasta que no se difuminaron los sonidos del pub en la madrugada.

DUBLIN 20 MARZO 08
A las 6:30 le propuse a Juan ir a dar un breve y fresco paseo de despedida. Así que atravesamos Temple Bar, el puente O’Connell y por Bachellors Walk (calle del tranvía) regresamos cruzando el puente del medio penique. Nuestros pasos en Dublín estaban contados. Recogimos y a las 7:00 salíamos todos arrastrando nuestros bultos por los adoquines recién amanecidos en dirección al O’Connell Bridge, pasamos el Monumento a O’Connell, seguimos por la izquierda de O’Connell St hasta un poco más arriba de Correos. Allí el autobús de doble techo nos recogió para descabalgarnos en el aeropuerto. Los consabidos trámites: cola para facturación, control de equipaje de mano (al que iba delante de mí le sometieron a férreo marcaje y le encontraron un machete celta que no llegó a su destino). Por fin, el vuelo de Ryannair FR 7086 Dublín-Valencia nos elevó sobre el verde esmeralda de Irlanda con destino a las costas de Francia, los Pirineos (nevados en toda su extensión), el delta del Ebro y la desembocadura del Turia. En Manises estaban los nuestros esperando abrazarnos. Y allí nos despedimos de una semana intensa, fraternal y humana que esperamos se prolongue en el tiempo de otra forma. Gracias a todos y en especial a Mary Murphy por propiciar esta grata e inolvidable experiencia.

Monday, February 04, 2008

TOLEDO 19-20 ENERO 2008

MEMORIAS DE CASI UN DÍA
19-20 ENERO 2008

Salgo a las 7:00 h de casa. Algunos bancos de niebla por el camino.
A las 10 h estoy a las puertas del cementerio de Villacañas. Había ido escuchando un disco de tangos de Gardel que tanto gustaban a papá. Reparé especialmente en uno de ellos, “Lejana tierra mía”, por lo que rememora mis orígenes. La modulación a la tonalidad menor dejan el alma indefensa frente al sentimiento, la nostalgia y el recuerdo.
Hora y media de faena intentando remendar con “barrecha” (arena y cemento) los agujeros del pie de la lápida –y de dar explicaciones a los de mantenimiento- Lo que quedó como una chapuza fue la placa de mármol frontal del anillo basal por estar casi vacío por dentro y no tener donde asentar el cemento cola para acoplar la pieza. Otra vez será.
Cuando ya me iba recibí la llamada de mi hermana Nati de que estaba casi llegando y esperé para volver religiosamente al lugar común de nuestro recuerdo más sensible.
Sobre las 12:30 salí para Toledo sin adentrarme en el pueblo a proveerme, como siempre hago, de galletas rayadas, de magdalenas y mantecados; y si es sábado de patatas de Consuegra o de Herencia, que decía mi madre que eran las de más calidad –son tan ruines en esta otra tierra mía-. Como iba en dirección a Mora para coger la autovía de los Viñedos, al pasar por Tembleque paré un momento a buscar la calle Rojo. Tenía una vaga idea de que estaba cercana a la iglesia, así que no me costó dar con ella. Busqué el número 3, pero la vivienda es de construcción nueva; aún así no me decía nada. Al poner mis ojos en el número 7, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Aunque vagos también, pero mis recuerdos coinciden con esa vivienda que además mantiene la fachada original en codo –detalle que me orienta-. Allí viví yo un año o dos a comienzos de los 50. Intenté preguntar si habían remodelado la numeración de la calle, pero no acerté con nadie que me pudiera orientar. Tengo presente en la memoria la mudanza de vuelta a Villacañas en un pequeño camión. Tenía 3 años.
Fui directamente al hostal que había reservado: Hostal Centro, al lado y con vistas a Zocodover. Llegué algo agotado –tal vez un enfriamiento en las labores de albañilería- así que tras ducha bien caliente reposé brevemente. Salí a mi primer paseo:
Atravieso Zocodover hacia el rincón donde queda el convento de Sta Fe; está en restauración y tiene la fachada-retablo oculta por el andamiaje. Siempre lo he visto cerrado a cal y canto; no sé cuándo podré visitar la qubba o capilla de Belén, aunque me hago ligera idea conociendo las bóvedas semejantes del Cristo de la Luz. Sigo hacia el Arco de la Sangre; en el arranque del mismo, ya en la calle Cervantes, han situado un bronce del escritor de la Ilustre fregona en tamaño algo mayor al natural que atrae el instinto de foto en pose tertuliana de casi todos los turistas que por allí recalan. Los mismos que ni siquiera echarán una mirada al convento de La Concepción que hay unos pasos más abajo. Me adentro en el renacentista Palacio de Santa Cruz, testamento del cardenal Mendoza, tras regodearme en la inacabable historia del retablo gótico-plateresco de su fachada, con multitud de seres, escudos, motivos arquitectónicos batallando por ocupar un lugar que defienden de la intrusión. Hay una exposición temporal de escultura de menor tamaño que ocupa las cuatro crujías de ambos pisos del crucero de lo que fue sala de hospital; demasiado espacio para tan breve recuento. El horror vacui de antaño ha dado lugar a un amor vacui muy descarnado. En la remodelación han reubicado el legado artístico que antes se exhibía ocupando casi todas sus paredes. En particular, los cuadros del Greco, las esculturas de Pedro de Mena y escuela y algunas joyitas de culto ocupan ahora un espacio en el primer piso del patio plateresco, escasamente dos salas –eso sí, apenas vigiladas por tres funcionarios que hablaban animosamente-. Tiene al menos la gracia de que hay que subir por los peldaños de la preciosista escalera de Covarrubias. Creía recordar un apostolado entero, pero sólo veo un San Pedro demasiado deslavazado –si es que mi vista no ha sufrido la misma transformación que la del de Candía- Ni siquiera la Asunción me conmueve; hay mucha arquitectura azul para sustentar el breve birriago lacrimoso de la mirada. Cada vez me quedan menos cuadros del Greco que admirar –haylos- pero El Prado hace tiempo que no lo piso. Madrid se va borrando de mi pasado desde que se ausentó la sombra balbuciente de quien me la dio a mí. Doy un paseo por el patio y me entretengo con los restos arqueológicos que estorbarían en otros sitios y han amontonado sin ninguna pretensión muestraria o formativa. Trozos de yeserías con arabescos, restos de tumbas, esculturas mutiladas, placas de enterramientos que hay que ir sorteando para no tropezar. La gracilidad de los arcos del patio con sus intradós finamente decorados y el asomo a la plaza de La Concepción desde un amplio mirador hacen que el paseo merezca la pena. Hacia la Concepción me enderezo; cuántas veces como ahora la encuentro cerrada. Ya no recuerdo su capilla de San Jerónimo que ha tanto visité. El Toledo de paseo encierra innumerables tesoros que como tales están a buen recaudo y que en muy pocas ocasiones se pueden admirar. Alguna vez he viajado en Semana Santa para desentrañar las iglesias de los conventos de monjas abiertos las 24 horas del día para exponer al Santísimo. ¡Cuánto daría por tener un buen enlace en la ciudad! El Gregorio Marañón que me facilitó algunas visitas está muy relegado en el pasado y sería hoy abusivo y excesivo por mi parte invocar aquel “for auld lang syne”. Al fin y al cabo soy un anónimo que se repite un día o dos cada dos años. Por Toledo se anda como por la vida, al intentar hallar las huellas de la última vez ya están desaparecidas. Y el apoyo de Ohnuma -el pintor japonés allí afincado- aún no es firme. Estos japoneses tienen el rostro inexpresivo a fuer de sofocar las emociones. Una antigua pretendida mía –japonesa, cómo no- se quedaba tan insensible ante el envite emocionado del ropaje literario con que le desvestía mi capacidad pasional. Te quedas en ridículo ante alguien que no es de este mundo. Y dicen que el matrimonio de un español con una japonesa todavía podría funcionar bien. ¿Cómo será el de una española con un japonés?
Rodeé las pandas del convento del que fue fundadora la bella portuguesa Beatriz de Silva (me pregunto qué desencantos la llevarían a cambiar la corte por un convento, como también por qué los españoles hemos sufrido históricamente una atracción fatal por las portuguesas). Su aparejo tan dispar, sus amontonados pero ejemplares ábsides, su volumétrica amalgama de gótico y mudéjar me desembarcaron en la puerta de Alcántara con sus recodos y el codo de su entrada. Fotos imposibles de arcos dentro de otros arcos, del puente de ídem saliéndose de un arco de herradura. Y las aguas del Tajo, dispares y jaleosas, espejeando a un Toledo roto en mil añicos. El ojo grande se repite en el agua agigantándose como un enorme óvalo que resume el mundo. Y el agua transcurre desde sus tajamares moderada y espumosa –no queda nada de aquellas “corrientes aguas, puras, cristalinas”- hasta que las trabas constructivas de otros siglos la comprimieron en azud para algún uso de regadío o cauce y hoy sólo queda la verbena central donde el agua se concentra voraginosa y se hace vocinglera justo casi enfrente de donde San Juan borroneaba en el Carmen desaparecido un papel con entregas como “estando ya mi alma sosegada”. El griterío es tan ensordecedor que hoy día no habría lugar a la inspiración en dicho lugar; también tanto turista le habríamos seguramente cabreado. Toledo, con las facilidades que da un Ave que pone desde Madrid en 20 minutos, se ha convertido en la ciudad sabática más intransitable que yo conozco. Turismo joven que cambia por ocio las pretensiones de arte.. A partir de la puesta del sol las cámaras solo detectan besos de pose en las mesas de los restaurantes. A esas horas debo de ser un bicho más que sospechoso quedándome absorto ante detalles insignificantes La noche joven inunda de coches enloquecidos y disparados calles estrechísimas por donde mi generación pasaría como de puntillas. No hay un aparcamiento libre, ni una plaza de hotel, hostal o pensión si no la has reservado con antelación. La bajante de las murallas que van de Bisagra al Cambrón, según pude constatar en otro viaje anterior, se transforman en un multitudinario botellón que va minando sus piedras milenarias. Y la suciedad y la mala educación imperan por todos los rincones que por quedar al hurto de la vista se convierten en improvisadas letrinas –locum, en latín- Está la calle del Locum (muy galdosiana ella) en la trasera de la catedral porque allí solía estar la ubicación para tales menesteres. Y por allí mismo la calle de Sixto Ramón Parro –un villacañero insigne, acaso el único- Hice en un lejano día una moción a la concejalía de cultura del ayuntamiento de mi pueblo para que hicieran por refrescar más su memoria. Sólo me hicieron caso en lo de colocar la placa de la calle que le honra (estaba desaparecida; ahora ya luce en su sitio, muy cortita la calle, eso sí). Municipalizaba el Psoe, pero se me contestó que había prelación por otro personaje ilustre, un tal fraile no sé quién, franciscano, creo; pero no me constan sus hazañas como no sean las que por el oficio ya conozco. Ramón Parro tuvo la debilidad imperdonable de convertirse en toledano; como otros en valencianos. Y entonces no se llevaba la “peña del ausente”. ¿Me desvío? Decía que iba paseando lenta y meditativamente por calles por que han transitado todas las culturas; cada piedra no sofocada por el asfalto, cada ladrillo, cada torre, cada callejón, cada cuesta... nos podrían hablar de intrigas por dinero, de odios de religión, de recelos de dominio, de sortilegios de pasión, de paces amañadas –lo de la convivencia de las tres culturas no deja de ser una muy benigna interpretación de lo que en realidad debió de ser- de conversiones bidireccionales interesadas (por ello hay el mudéjar y por eso hay el mozárabe). Por cierto, al día siguiente a las 7:00 en punto estaba yo al pie de la iglesia de Sta Eulalia, creía que a esa hora los domingos se celebraba una misa en rito mozárabe. Pero allí estábamos sólo la niebla y yo frente a una puerta cerrada a cal y canto y sin ninguna indicación de ceremonia litúrgica. ¡Algunas guías! Sólo por las calles empedradas transitaban los pasos titubeantes de algún mochuelo vampiresco que se regresaba somnoliento al calor del hogar paterno después de una noche de crápula y borrachera. Santo Domingo el Antiguo exhalaba un sordo rumor de armonio que indicaba que las monjas estaban ya en sus rezos, pero las puertas estaban selladas, como también lo estaban las de la iglesia de Santa Leocadia tan adjunta que ambos monumentos parecen confundirse. La niebla y el eco de pasos me acompañaron hasta mi habitación.
Desde el puente de Alcántara fui caminando por la otra orilla (la del castillo de San Cervantes) en dirección al puente nuevo de entrada rodada hacia Bisagra o hacia la cuesta de los Doce Cantos (las dos posibles direcciones de circunvalación intramuros). Letreros de “Peligro. Desprendimientos” ¿Qué podría yo hacer en caso de que se produjeran? Claro que el mero anuncio exoneraría al municipio de responsabilidad. Descendí hasta la orilla del río. El fragor del agua era allí ensordecedor, pero no me impidió descubrir entre el artilugio de absorción y aceleración del agua dos arcos árabes; uno, de soporte casi cubierto por las aguas; el otro de apertura para una puerta por donde alojar una entrada de agua. Inconfundibles los ladrillos de formato y cocción original del bajo medioevo. Alguna pareja perdida en edad de tortolear pasaba ajena a mi emoción. Del otro lado del puente y a ambos lados del río, los arranques del acueducto romano –impresiona a qué altura sorteaba el río- y justo debajo, lo que queda del artilugio de Juanelo. Remonto hacia la puerta de Alcántara para cerrar circularmente mi divagación y paso bajo la placa del recuerdo de la noche triste del alma. Si la ventana desde la que se deslizó San Juan es la inmediata superior y no se despeñó... hubo de ser una buena pieza este Juan Escapista. Desando mi camino, esta vez de remontada por empinados peldaños y cuestas hasta el hotel. Me noto más cansado de lo común para el ejercicio hecho. Me tomo un breve reposo y otra ducha bien caliente. El trabajo de alarife de la mañana sin posibilidad de ducharme y el consiguiente enfriamiento, una mañana fría y húmeda, van haciendo mella casi imperceptible en mi debilidad. Mañana tendré que abandonar antes de tiempo.
En mi segunda salida –esta, nocturna- me dedico a captar detalles: llamadores de puertas, rejas de ventanas y ventanales, miradores, decoración, luces y sombras, asomos de la torre de la catedral desde cualquier rincón, jóvenes de botellón por doquier, jovencitas con un pedo de salida que, apenas iniciada la noche, ya confunden una calle en cuesta con una escalera. Mi recorrido por la plaza de la Merced, bajo el casino de ametrallada fachada ahora con andamiaje, el corral de Don Diego (la corrala es actualmente medio terraza de hotel, medio muladar en ruinas), pero el arco de entrada sigue ahí aguantando los embates de coches que entran y salen, de golpes de aparcamiento en sus columnas y mostrando la gracia sencilla de su arco con dos grutescos decapitados que fueron objeto de mi atención mantenida mientras a mi lado pasaban jovencitas exuberantes de piernas y pechos potenciados por los embustes de la moda; movimientos sensuales de artificio, lenguajes de coña con más énfasis en la forma que en el contenido (horror silentii). Esta generación no puede soportar el silencio y oculta su vanidad con todos los lenguajes imaginables del ruido: móviles, tubos de escape, músicas, voceríos, sartas de sílabas que camuflan unos mensajes vacuos, y el logro del placer inmediato como eje de su felicidad. No quiero entretenerme en pensar lo que yo parecería a esta canalla: un viejo impertinente y amargado que transita como un fantasma de una leyenda becqueriana “triste, cansado, pensativo y solo”, la cuádruple adjetivación de la soledad desde que Machado la recreara; sólo que en mi caso el cansado permutaría por “callado”. No hay nada que irrite más a la generación actual como un hombre callado. Una nota característica es su incapacidad de silencio. Subí y bajé las calles colindantes a la catedral buscando esa ventana por donde pudiera asomarse esa rostro invisible de las leyendas, ese susurro imperceptible de los desaparecidos, ese transcurrir de tantos anónimos y de la historia y del arte que la han modelado dejando una huella que aún nos muestra su presencia. Vago en pos de Galiana, de la Cava, de la judía de padre avaro, de la Guiomar de Garcilaso, de doña Inés de Vargas, de la Celestina, de Beatriz de Silva, y de las pacientes hijas de familias nobles a las que daban como holocausto a la religión.. que recorrieron estas tortuosas calles o se retrajeron en sus inescrutables retretes porque todas tenían escondido algún secreto de la vida. Como la misma Toledo cuyas piedras se han derruido y reconstruido miles de veces. Los mismos materiales que hoy conforman sus edificios lo fueron de otros que ya se destruyeron. La piedra, el ladrillo, la columna... siguen ahí indestructibles. La historia cambia, pero el eco de los lamentos con que se construyera perdura por sus calles.
Esta breve y mostrenca visita se cerró a la mañana siguiente –aparte la fracasada misa mozárabe- con el recorrido por la zona de los cigarrales con vistas. Panorámica insaciable de un Toledo que amaneció entre densa niebla. Esa visión global nunca me cansa. Se quedan en la agenda para otro día las anotaciones de lo que había de ver y que no se cumplió, porque Toledo no se agota nunca en las visitas. Volveré para seguir ese paseo por el cauce del río desde el puente de Alcántara hasta el torreón de la Cava y para seguir leyendo en los grutescos de su columnario y portadas las “Codornices” y “Jueves” de otras épocas y adivinando entre las celosías y rejerías y miradores de sus calles esas conversaciones y halagos “soto voce” que socavaban las honestidades más intransigentes. En contra de lo que hoy puedan insinuarnos las vísperas sabatinas, en Toledo no hay prisa.

Tuesday, January 02, 2007

Monday, January 30, 2006

DOMINGO NEVADO EN CASA


Nevó el viernes. Estuve a punto de subir al monte, al hogar íntimo de mis pinos y montañas. Erré la decisión última. Nevó abundantemente.
Me hubiera quedado retenido todo el sábado, sin poder abandonar este refugio. Hubiera sido un acierto. Con todo, me animé a subir el domingo. Aún quedaban vestigios notables de la nevada. Ahí van unas muestras. Si salen las cuatro instantáneas, una es la del nisperero que plantó mamá en una maceta y yo transplanté al monte. En su base ha nacido una planta de orégano y muy cerquita, un pino que ya apunta sobre la nieve. El nisperero está enfermo de nostalgia y tal vez seguirá las huellas de su plantadora. Me muero de nostalgias.

Monday, January 23, 2006

MARCHA RODENO/GÁTOVA - EL GORGO

DÍA 21 DE ENERO DE 2006: SUBIDA AL GORGO 913 m altura

A mamá, testigo silencioso de mis más descabelladas marchas en solitario y que habrá repetido mi ruta simétricamente por el firmamento.

Este fin de semana he subido a Gátova en viernes, ya que se ha decidido a hacerlo también Inma. Mis compis de sendero harán su ruta habitual, esta vez por el cauce del Canales por la zona de Begís. En revancha decido hacer yo mi recorrido particular: subir al Gorgo con la condición que me impone Inma de que de despertarse a las 6:00 de la mañana ¡nanay...! porque ella luego no puede volver a pegar ojo. Así que dejo que el cuerpo dé todo lo de sí que pueda. Me desperezo, desayuno, preparativos para la marcha y salgo de casa a las..... ¡10:45 h! No se lo digáis a los míos que a esa hora estarán ya iniciando la vuelta de su ruta, almorzados y todo.

Salgo de casa despidiéndome de mi mujer con un beso en los labios –superiores- Actuar de otro modo sería poner en riesgo tan ardua empresa que requiere toda el vigor que uno almacena y no se trata de derrocharlo antes de tiempo... Mamá, no pongas ese gesto torcido de estupefacción, esto lo digo por hacer una concesión a tu hijo Marce; tú ya le conoces.

Tomo la bajada al pueblo y entro en él por la zona alta para buscar la empinada cuesta que baja hasta la fuente de Iranzo.

Son las 10:53 y lleno mi cantimplora de tan fresco y ansiado líquido. Sin entretenerme prosigo por el mismo camino que sale a la pista asfaltada que sube al molino de la Ceja. Paso por la fuente del Tormo; encuentro a un primer motorista de trial. Hay dos manera de ir al monte: una para disfrutarlo y hacerse saludable y la otra para maltratarlo a fuerza de máquina (luego vendrán squads y más motos desarmando los caminos y armando un lío espantoso). Voy subiendo la empinada cuesta hacia el molino de la Ceja, molesta por estar asfaltada, al llegar al molino se acaba por suerte el asfalto lo que agradecen los pies. Llego a la Ceja a las 11:17 h. Hago un pequeño alto en el camino para echar un primer trago de agua y para ponerle a Paco Carrera un breve mensaje de apoyo en su ruta, ellos además del agua refrescante, tienen la bota de Kiket que mana un rico y desbordante líquido que hace unión.

La humedad del ambiente fuerza a que el sudor se desparrame por el algodón de las prendas y las empape totalmente; así que a estas alturas estoy ya para una buena ducha y un cambio de ropa que no puedo satisfacer. El día es brumoso. Desde aquí en un día normal hay una vista soberbia sobre Gátova, el Rodeno y la cima de El Águila que alza su cabeza (y su pico) por entre los hitos de la sierra Calderona que hace de frente infranqueable y nos protege de los fríos glaciales cuando vienen del norte. Aún así, esta es la vista que se nos ofrece junto con otra toma del molino y del autor de estas líneas para que no se ponga en duda la autenticidad de este relato.

Sigo la senda ascendente que ahora se hace más llana, paso por la casona de la Ceja y Sacañet donde me reciben los malhumorados y persistentes ladridos de su perro guardián y yo... a lo mío. Tomo una primera curva en la que desaparece de la vista el molino, en la siguiente curva está el desvío alternativo y más largo a Tristán que es el que también sube hasta la cima del Gorgo. La señalización de flechas de madera está arruinada y esparcida por el suelo. Debe existir también algo que yo llamo gamberrismo ecológico.

Toda esta pista ha sido recientemente allanada, pues la última vez que hice este trayecto estaba muy bacheada y llena de cantos rodados que hacían la ascensión algo más penosa. A las 12:05 abandono la ancha pista forestal que viene del molino y sigue hasta Tristán para coger la senda embarrada y húmeda por las últimas lluvias, que me lleve a la cumbre que persigo. Se inicia un ligero descenso hasta el torrente que recoge el agua de las montañas envolventes y la baja en dirección hacia Marines Viejo.

Rebasado el barranco veo un coche aparcado a la derecha. Alerta, pueden ser cazadores, así que me hago oír silbando y cantando; si sólo silbo me pueden tomar por un mirlo y agujerearme la piel por inútil; si sólo canto, me pueden agujerear la garganta por torturarles. Al hacer ambas cosas a la vez, se quedan perplejos y entontecidos e hipnotizados (no será por epítetos y sinónimos). Unos pasos más adelante vienen de bajada dos jubilados en buena forma, podrían ser ellos los dueños del coche. Se nos cruzan también cuatro motos de trial que van a la suya, por lo que el último jubilado y yo cruzamos unos comentarios que no reproduzco para que no me retiren la página web. El camino se veía como sigue –foto izquierda-:

El color de la tierra que se ha deshecho de antiguas rocas de rodeno le da esa tonalidad característica a ocre, peculiar de toda esta sierra. Si echo la vista a la derecha se ve un monte con una hendidura de arriba abajo, es una sima. La subida es muy pina y obliga a dura penitencia, a no caer en la tentación de pararse porque la musculatura tensa de las piernas puede relajarse y entonces no queda más remedio que dar marcha atrás. Como soy tozudo, tengo que llegar hasta el final. Después de rodear la falda de la montaña llego a la estrecha y tortuosa senda que asciende en solitario el último tramo hasta el Gorgo. Está plagada de cantiles que rebotan al pisarlos y se revuelven dándote de refilón en los tobillos. (Como voy solo, tengo que encarecer esta aventura a nivel de hazaña, porque algún día me leerán mis nietos y quiero que digan que tenían un abuelo valiente y resultón). El tramo final, donde se pierde la senda, es un claro relleno de grandes losas puntiagudas, a diferentes niveles de altura, lo que hace peligroso para las torceduras de tobillo ir rebotando sobre ellas. Finalmente llego a la cima, son las 12:20, toda cubierta de pinos jóvenes, por lo que no hay una vista expedita de los alrededores. Se impone buscar un claro o un hueco para obtener esas vistas excepcionales que hoy están vedadas por la calígine ambiental. La foto de la izquierda muestra dicha cumbre poblada de pinos y la de la derecha el punto geodésico. Al lado mismo de este punto hay una urna de madera con un pestillo que da acceso a unas cuartillas desperdigadas y a un bolígrafo para quien quiera poner unas notas de tan inenarrable aventura.

Las hay recientes de jóvenes, alguna en inglés admirando las montañas de nuestro país. Yo puse la mía. Para quien la quiera leer allí está, reza Pedro y pone la fecha del 21 de enero de 2006. Y lo que resultaba de una ternura incomparable: a los pies de la urna en el suelo había un belén auténtico con figuritas en miniatura que alguien había montado para deleite de los que allí subiesen. No puedo pasar por alto tan emocionante gesto, así que ahí va la foto. Reseñar que alrededor de la señal geodésica había tres jóvenes (mayoría mujeres) terminando su almuerzo y una perrita de una blancura envidiable y limpia, que arrambló con alguna de mis migajas; no creo que vinieran de muy lejos (por la perra), así que supuse, esta vez con más fundamento, que el coche aparcado al comienzo de la subida era de ellos; mi llegada les hizo posiblemente aligerar la vuelta, así que me quedé solo con el runruneo de fondo de un motorista de trial haciendo sus cabriolas en la ladera de una montaña cercana, aunque por suerte solo por unos pocos minutos. Luego el silencio, el misterio del firmamento juntándose con la tierra, las voces de nuestros ancestros haciéndose oír en el canturreo de la brisa, la mirada al infinito compungida y asombrada, la bruma que daba al escenario una impronta de paraje romántico extraído de los highlands escoceses, la soledad, la introspección, el encuentro con uno mismo... daban ganas de creer en dios (no sé si así con minúsculas). Los ojos perplejos de los pastores del belén se volvieron a mirarme por un instante olvidando su adoración divina. Sólo me faltó una breve frase que dijera “has oído bien” para que el milagro se produjera. Allí dejé olvidada la piel de la careta, déjala y no te la apropies si la encuentras, déjala que se mezcle con los sonidos siderales y recorra a sus anchas el firmamento. Desde un estrado así debió de ascender el Mesías a los cielos o ser asunta su madre. Por allá abajo, bizcas y melindrosas se ajetreaban las realidades cotidianas: las bajezas, las inconformidades, la modernidad, los inconfesables, las avaricias, el orgullo y los inalcanzables. La pena es que al bajar, me estarán esperando para importunarme. Esta es la mirada de bobo semiangelical que se puede llegar a gozar en este paraíso: Bueno, por allí estuve saltando de peña en peña, ingiriendo alguna fruta, bebiendo agua fresca y divisando los cuatro horizontes hasta las 12:50 en que decidí desinstalarme de un mundo de felicidad e iniciar el regreso. Del mismo debo reseñar una bajada relajada y rápida contemplando de vez en cuando el serpenteante camino que me separaba de mi vuelta a la realidad. El Gorgo quedaba de nuevo a mis espaldas ya lejano. Y algunos momentos de descanso que me concedí para admirar algunos hitos del camino que a la ida había despreciado en mi urgencia de alcanzar la meta. Así, sobre las 13:30 llegué a la cueva que hay justo en la bifurcación de caminos de la amplia pista forestal y el camino (ambos con destino a una zona de descanso campestre llamada Tristán, como el perro de mi hermano). Esta es la cueva o sima, y aquí, Padre don Quijote, me vinieron a las mientes deseos de dejarme arrastrar por tu visión del mundo y haber iniciado una aventura digna de figurar en los libros de los ilustres caballeros como vos: hacerme despeñar con una cuerda a su interior para contemplar otro mundo parecido al que acababa de dejar en la cumbre del Gorgo y como aquel que vos contemplasteis en las entrañas de la cueva de Montesinos. Pero tamaña aventura no estaba a la altura de corazón tan sudoroso y rastrero como el mío que pedía ligereza hacia la ducha y las sábanas. Así que me conformé con hacer dos o tres cabriolas en tu honor y proseguir adelante. Poco después estaba ya de vuelta al molino de la Ceja (eran las 13:40), detenimiento que no puedo pasar por alto, ya que el día había aclarado algo y las vistas lo aconsejaban. Vistas de Gátova desde el molino y de mí arriba del mismo, habiendo desaparecido ya el halo de santidad que había suplantado a mi aura en la cumbre del Sinaí.

Durante todo el trayecto de ida y vuelta me había ido acompañando la diversidad de flora que adopta la naturaleza para defenderse de los embites de sus depredadores, el hombre sobre todo: los olivos, los almendros hasta comenzar la falda de la montaña; y siempre omnipresentes el brezo en flor, las aliagas con sus flores amarillas, el romero de largos tallos, el tomillo –menos numeroso-, las variedades de jara, los madroños ya sin fruto, el lentisco abundante. No podría decir lo mismo de la fauna; de estos parajes ha casi desaparecido cualquier variedad de vida que no sea la humana; no hay escorpiones debajo de las piedras, ni lagartijas, ni ningún tipo de insecto.

Bastantes batracios, intrépidos al cruzar las pistas o caminos, yacían aplastados contra el suelo por las ruedas de un coche, de una moto o de un squad. Y en dos ocasiones vi apostados en los recodos del camino o en las hondonadas del valle las escopetas alertas de los cazadores que hacían también escasear la presencia cantarina de los pájaros.

Hice un alto más detenido en las fuentes que hay llegando ya casi a Gátova: la fuente del Tormo y la de Iranzo donde eché el último trago para remontar la pesada cuesta que alcanza el pueblo, atravesarlo y seguir mi ruta ascendente hacia casa. Eran las 14:20 horas; había andado unos 16 km entre ida y vuelta, empleando para ello un total de tres horas y cuarto.

He aquí unas fotos desparramadas de este final de trayecto. Si alguna vez os hacéis el ánimo de hacer este mismo recorrido y a falta de un compromiso mayor, me ofrezco a indicaros presencialmente la ruta.


Thursday, January 19, 2006

IN MEMORIAM


A papá
en su definitiva realidad
que es sueño.


DUERME Y SUEÑA, papá, entre las hierbas
que acampan a los pies de tu silencio,
donde velan sus armas los cipreses
y rezan su oración las margaritas.

DUERME Y SUEÑA, papá, ya sin fatiga
esta tarde de abejas y amapolas
que acompañan humildes tu reposo
bajo una brisa de pañuelos blancos.

DUERME Y SUEÑA tu estrella preferida
que ha de bajar su luz a tu mirada
y encenderá en tus ojos nuevamente
la chispa que alecciona al firmamento.

DUERME Y SUEÑA, papá, tu noche clara
que despliega sus nubes indulgentes
y te arropan su sábana de tierra
sobre tu corazón desarropado.

DUERME Y SUEÑA, papá, tu voz al viento
que ha de ir pregonando por su rumbo
la ciencia clara de tu pensamiento,
la fe sincera que hubo en tu plegaria.

DUERME Y SUEÑA, papá, ¿es frío el sueño?
¿Es acaso tu noche solitaria?
¿Miras y ya no ves a los que amaste?
En nosotros perdura tu memoria.
¿Quién no supo favores de tus manos?
Dios ya te ha puesto el sello de elegido,
que ha llamado a tu puerta y has abierto.
Y aquí entre los que siempre te han amado
más que nunca está vivo tu recuerdo.




IN MEMORIAM (A mis hermanos)

(Primer día de difuntos en que papá y mamá reposan juntos el sueño último, que esperamos haya sido el verdadero.)

Hoy llego ante vosotros, padres míos,
a postrar mis rodillas en la tierra
que un día os vio nacer y que ahora encierra
la eternidad de vuestros sueños fríos.

Mi mano huele a azahar y a limonero
y orea mi pelo brisa marinera,
pero si registráis mi faltriquera
huele a tomillo, a orégano, a romero.

Embargado de llanto y de lamento
he subido a la sierra Calderona
a tejer piadoso esta corona
de aromas y de hierbas que os presento.

Allí veréis medrar la humilde hiedra
y florecer el brezo y el lentisco.
Y en invierno la nieve y el pedrisco
tornar el agua de la nube en piedra.

Allí, mamá, aún habita aquella ardilla
que mirabas jugar entre los pinos;
no la verán tus ojos peregrinos
de la triste ribera en la otra orilla.

Tu asiento en la terraza ya vacío
espera tu presencia ensimismada
que lo ocupes y mires resignada
pasar la primavera y el estío.

¡Qué no darían mis ojos lacrimosos
por veros caminantes de la mano
bajo el pinar sin prisas en verano
y bajo el sol de invierno venturosos.

Mas no contemplaréis más primaveras
ni probaréis el fruto del olivo,
ni veréis al invierno compasivo
hacerse manto níveo en las laderas.

Al recordar sombríos tu agonía
se embarga el alma de un pesar sagrado;
tus hijos estuvimos a tu lado,
impotentes del mal que nos venía.

El llanto avasalla nuestra alma,
no sabemos hacernos a perderte,
y ante lo irremediable de la muerte
es tan difícil albergar la calma.

El corazón de luto, el alma en duelo,
baldía la espera, el porte entristecido;
el espíritu absorto y abatido,
ahíto de impotencia y desconsuelo.

Y ser el fin la lápida severa,
sellada de silencios y de olvidos,
tapias de cal, cipreses recogidos
y soledad amarga y lastimera.

¿Abrió papá la puerta a tu llamada?
¿Te ha emocionado su recibimiento?
¿Se convirtió en amor tu sufrimiento
al pasar el umbral de su morada?

Pudo haber dicho: “mi viejita ausente”
y cantarte algún tango que solía
y al abrazarte con melancolía
también habrá llorado amargamente.

¿Qué has respondido tú? ¿Era sincero
tu empeño de marchar que nos decías?
¿Y el reencuentro después de tantos días
os deparó un amor más verdadero?

¿Le has contado que somos más ahora,
que no van mal las cosas en su ausencia,
que le conoce bien su descendencia
y que siempre está viva su memoria?

Que aún nos duele su marcha apresurada
que ya anda impresa su literatura,
que el sudor de su vasta desventura
te han deparado una vejez honrada.

¿Muere el amor si de verdad amamos?
¿Hay después un resquicio a la esperanza?
¿O acaso la cruel desesperanza
trunca los altos sueños que soñamos?

¡Infeliz ilusión! pues miro al cielo
y no hallo de nadie ni de nada
señal de que tras la última jornada
el vacío no enturbie nuestro anhelo.

Tras tu marcha final poco ha ocurrido:
sigue siendo nefasto el noticiero,
nos ha llovido al fin y sin tu esmero
tu hogar está más lóbrego y transido.

De claveles sembramos vuestro lecho,
de rosas amarillas; musitamos
una breve oración y comentamos
algo banal por aliviar el pecho.

El panteón en su humildad cristiana
viste luciente un mármol impoluto,
amor sincero con que expresa el luto
la mano diligente de tu hermana.

Que os den cobijo y sombra los cipreses;
la paz os lleve mansamente el viento;
que la luna os acune con su aliento
y se os antojen plácidos los meses.

Y el día que emprendamos el camino
de este sacro lugar, que esté la puerta
de par en par a la esperanza abierta
en que se cumpla al fin nuestro destino.

Wednesday, January 18, 2006

SENDERISMO POR EL DESIERTO DE LAS PALMAS


Casa rústica junto a Les Santes del Desierto de las Palmas:
14 enero 06. Un saludo a los compis de fatigas.