Monday, January 23, 2006

MARCHA RODENO/GÁTOVA - EL GORGO

DÍA 21 DE ENERO DE 2006: SUBIDA AL GORGO 913 m altura

A mamá, testigo silencioso de mis más descabelladas marchas en solitario y que habrá repetido mi ruta simétricamente por el firmamento.

Este fin de semana he subido a Gátova en viernes, ya que se ha decidido a hacerlo también Inma. Mis compis de sendero harán su ruta habitual, esta vez por el cauce del Canales por la zona de Begís. En revancha decido hacer yo mi recorrido particular: subir al Gorgo con la condición que me impone Inma de que de despertarse a las 6:00 de la mañana ¡nanay...! porque ella luego no puede volver a pegar ojo. Así que dejo que el cuerpo dé todo lo de sí que pueda. Me desperezo, desayuno, preparativos para la marcha y salgo de casa a las..... ¡10:45 h! No se lo digáis a los míos que a esa hora estarán ya iniciando la vuelta de su ruta, almorzados y todo.

Salgo de casa despidiéndome de mi mujer con un beso en los labios –superiores- Actuar de otro modo sería poner en riesgo tan ardua empresa que requiere toda el vigor que uno almacena y no se trata de derrocharlo antes de tiempo... Mamá, no pongas ese gesto torcido de estupefacción, esto lo digo por hacer una concesión a tu hijo Marce; tú ya le conoces.

Tomo la bajada al pueblo y entro en él por la zona alta para buscar la empinada cuesta que baja hasta la fuente de Iranzo.

Son las 10:53 y lleno mi cantimplora de tan fresco y ansiado líquido. Sin entretenerme prosigo por el mismo camino que sale a la pista asfaltada que sube al molino de la Ceja. Paso por la fuente del Tormo; encuentro a un primer motorista de trial. Hay dos manera de ir al monte: una para disfrutarlo y hacerse saludable y la otra para maltratarlo a fuerza de máquina (luego vendrán squads y más motos desarmando los caminos y armando un lío espantoso). Voy subiendo la empinada cuesta hacia el molino de la Ceja, molesta por estar asfaltada, al llegar al molino se acaba por suerte el asfalto lo que agradecen los pies. Llego a la Ceja a las 11:17 h. Hago un pequeño alto en el camino para echar un primer trago de agua y para ponerle a Paco Carrera un breve mensaje de apoyo en su ruta, ellos además del agua refrescante, tienen la bota de Kiket que mana un rico y desbordante líquido que hace unión.

La humedad del ambiente fuerza a que el sudor se desparrame por el algodón de las prendas y las empape totalmente; así que a estas alturas estoy ya para una buena ducha y un cambio de ropa que no puedo satisfacer. El día es brumoso. Desde aquí en un día normal hay una vista soberbia sobre Gátova, el Rodeno y la cima de El Águila que alza su cabeza (y su pico) por entre los hitos de la sierra Calderona que hace de frente infranqueable y nos protege de los fríos glaciales cuando vienen del norte. Aún así, esta es la vista que se nos ofrece junto con otra toma del molino y del autor de estas líneas para que no se ponga en duda la autenticidad de este relato.

Sigo la senda ascendente que ahora se hace más llana, paso por la casona de la Ceja y Sacañet donde me reciben los malhumorados y persistentes ladridos de su perro guardián y yo... a lo mío. Tomo una primera curva en la que desaparece de la vista el molino, en la siguiente curva está el desvío alternativo y más largo a Tristán que es el que también sube hasta la cima del Gorgo. La señalización de flechas de madera está arruinada y esparcida por el suelo. Debe existir también algo que yo llamo gamberrismo ecológico.

Toda esta pista ha sido recientemente allanada, pues la última vez que hice este trayecto estaba muy bacheada y llena de cantos rodados que hacían la ascensión algo más penosa. A las 12:05 abandono la ancha pista forestal que viene del molino y sigue hasta Tristán para coger la senda embarrada y húmeda por las últimas lluvias, que me lleve a la cumbre que persigo. Se inicia un ligero descenso hasta el torrente que recoge el agua de las montañas envolventes y la baja en dirección hacia Marines Viejo.

Rebasado el barranco veo un coche aparcado a la derecha. Alerta, pueden ser cazadores, así que me hago oír silbando y cantando; si sólo silbo me pueden tomar por un mirlo y agujerearme la piel por inútil; si sólo canto, me pueden agujerear la garganta por torturarles. Al hacer ambas cosas a la vez, se quedan perplejos y entontecidos e hipnotizados (no será por epítetos y sinónimos). Unos pasos más adelante vienen de bajada dos jubilados en buena forma, podrían ser ellos los dueños del coche. Se nos cruzan también cuatro motos de trial que van a la suya, por lo que el último jubilado y yo cruzamos unos comentarios que no reproduzco para que no me retiren la página web. El camino se veía como sigue –foto izquierda-:

El color de la tierra que se ha deshecho de antiguas rocas de rodeno le da esa tonalidad característica a ocre, peculiar de toda esta sierra. Si echo la vista a la derecha se ve un monte con una hendidura de arriba abajo, es una sima. La subida es muy pina y obliga a dura penitencia, a no caer en la tentación de pararse porque la musculatura tensa de las piernas puede relajarse y entonces no queda más remedio que dar marcha atrás. Como soy tozudo, tengo que llegar hasta el final. Después de rodear la falda de la montaña llego a la estrecha y tortuosa senda que asciende en solitario el último tramo hasta el Gorgo. Está plagada de cantiles que rebotan al pisarlos y se revuelven dándote de refilón en los tobillos. (Como voy solo, tengo que encarecer esta aventura a nivel de hazaña, porque algún día me leerán mis nietos y quiero que digan que tenían un abuelo valiente y resultón). El tramo final, donde se pierde la senda, es un claro relleno de grandes losas puntiagudas, a diferentes niveles de altura, lo que hace peligroso para las torceduras de tobillo ir rebotando sobre ellas. Finalmente llego a la cima, son las 12:20, toda cubierta de pinos jóvenes, por lo que no hay una vista expedita de los alrededores. Se impone buscar un claro o un hueco para obtener esas vistas excepcionales que hoy están vedadas por la calígine ambiental. La foto de la izquierda muestra dicha cumbre poblada de pinos y la de la derecha el punto geodésico. Al lado mismo de este punto hay una urna de madera con un pestillo que da acceso a unas cuartillas desperdigadas y a un bolígrafo para quien quiera poner unas notas de tan inenarrable aventura.

Las hay recientes de jóvenes, alguna en inglés admirando las montañas de nuestro país. Yo puse la mía. Para quien la quiera leer allí está, reza Pedro y pone la fecha del 21 de enero de 2006. Y lo que resultaba de una ternura incomparable: a los pies de la urna en el suelo había un belén auténtico con figuritas en miniatura que alguien había montado para deleite de los que allí subiesen. No puedo pasar por alto tan emocionante gesto, así que ahí va la foto. Reseñar que alrededor de la señal geodésica había tres jóvenes (mayoría mujeres) terminando su almuerzo y una perrita de una blancura envidiable y limpia, que arrambló con alguna de mis migajas; no creo que vinieran de muy lejos (por la perra), así que supuse, esta vez con más fundamento, que el coche aparcado al comienzo de la subida era de ellos; mi llegada les hizo posiblemente aligerar la vuelta, así que me quedé solo con el runruneo de fondo de un motorista de trial haciendo sus cabriolas en la ladera de una montaña cercana, aunque por suerte solo por unos pocos minutos. Luego el silencio, el misterio del firmamento juntándose con la tierra, las voces de nuestros ancestros haciéndose oír en el canturreo de la brisa, la mirada al infinito compungida y asombrada, la bruma que daba al escenario una impronta de paraje romántico extraído de los highlands escoceses, la soledad, la introspección, el encuentro con uno mismo... daban ganas de creer en dios (no sé si así con minúsculas). Los ojos perplejos de los pastores del belén se volvieron a mirarme por un instante olvidando su adoración divina. Sólo me faltó una breve frase que dijera “has oído bien” para que el milagro se produjera. Allí dejé olvidada la piel de la careta, déjala y no te la apropies si la encuentras, déjala que se mezcle con los sonidos siderales y recorra a sus anchas el firmamento. Desde un estrado así debió de ascender el Mesías a los cielos o ser asunta su madre. Por allá abajo, bizcas y melindrosas se ajetreaban las realidades cotidianas: las bajezas, las inconformidades, la modernidad, los inconfesables, las avaricias, el orgullo y los inalcanzables. La pena es que al bajar, me estarán esperando para importunarme. Esta es la mirada de bobo semiangelical que se puede llegar a gozar en este paraíso: Bueno, por allí estuve saltando de peña en peña, ingiriendo alguna fruta, bebiendo agua fresca y divisando los cuatro horizontes hasta las 12:50 en que decidí desinstalarme de un mundo de felicidad e iniciar el regreso. Del mismo debo reseñar una bajada relajada y rápida contemplando de vez en cuando el serpenteante camino que me separaba de mi vuelta a la realidad. El Gorgo quedaba de nuevo a mis espaldas ya lejano. Y algunos momentos de descanso que me concedí para admirar algunos hitos del camino que a la ida había despreciado en mi urgencia de alcanzar la meta. Así, sobre las 13:30 llegué a la cueva que hay justo en la bifurcación de caminos de la amplia pista forestal y el camino (ambos con destino a una zona de descanso campestre llamada Tristán, como el perro de mi hermano). Esta es la cueva o sima, y aquí, Padre don Quijote, me vinieron a las mientes deseos de dejarme arrastrar por tu visión del mundo y haber iniciado una aventura digna de figurar en los libros de los ilustres caballeros como vos: hacerme despeñar con una cuerda a su interior para contemplar otro mundo parecido al que acababa de dejar en la cumbre del Gorgo y como aquel que vos contemplasteis en las entrañas de la cueva de Montesinos. Pero tamaña aventura no estaba a la altura de corazón tan sudoroso y rastrero como el mío que pedía ligereza hacia la ducha y las sábanas. Así que me conformé con hacer dos o tres cabriolas en tu honor y proseguir adelante. Poco después estaba ya de vuelta al molino de la Ceja (eran las 13:40), detenimiento que no puedo pasar por alto, ya que el día había aclarado algo y las vistas lo aconsejaban. Vistas de Gátova desde el molino y de mí arriba del mismo, habiendo desaparecido ya el halo de santidad que había suplantado a mi aura en la cumbre del Sinaí.

Durante todo el trayecto de ida y vuelta me había ido acompañando la diversidad de flora que adopta la naturaleza para defenderse de los embites de sus depredadores, el hombre sobre todo: los olivos, los almendros hasta comenzar la falda de la montaña; y siempre omnipresentes el brezo en flor, las aliagas con sus flores amarillas, el romero de largos tallos, el tomillo –menos numeroso-, las variedades de jara, los madroños ya sin fruto, el lentisco abundante. No podría decir lo mismo de la fauna; de estos parajes ha casi desaparecido cualquier variedad de vida que no sea la humana; no hay escorpiones debajo de las piedras, ni lagartijas, ni ningún tipo de insecto.

Bastantes batracios, intrépidos al cruzar las pistas o caminos, yacían aplastados contra el suelo por las ruedas de un coche, de una moto o de un squad. Y en dos ocasiones vi apostados en los recodos del camino o en las hondonadas del valle las escopetas alertas de los cazadores que hacían también escasear la presencia cantarina de los pájaros.

Hice un alto más detenido en las fuentes que hay llegando ya casi a Gátova: la fuente del Tormo y la de Iranzo donde eché el último trago para remontar la pesada cuesta que alcanza el pueblo, atravesarlo y seguir mi ruta ascendente hacia casa. Eran las 14:20 horas; había andado unos 16 km entre ida y vuelta, empleando para ello un total de tres horas y cuarto.

He aquí unas fotos desparramadas de este final de trayecto. Si alguna vez os hacéis el ánimo de hacer este mismo recorrido y a falta de un compromiso mayor, me ofrezco a indicaros presencialmente la ruta.