CANÇAO DO MAR. Fado por Dulce Pontes
Es una original manera de enmarcar una marcha por el monte. El primer fado, uno que ya cantó la gran Amalia Rodrigues, ahora interpretado por la inconmensurable Dulce Pontes. Bailar, soñar, cantar, enamorarse con el mar de fondo y con un mar celoso y absoluto al que hay que ocultar nuestras querencias. El de cierre es de otra gran artista portuguesa, Mariza; su canto, Gente da minha terra. La voz quebrada del fado, aterciopelada por la feminidad de las cuerdas vocales que lo suspiran, se cuela hondo, hondo en algún recoveco del alma. La tristeza fádica, la nostalgia de los anhelos no vividos, la recibimos del pueblo, del terruño, de la madre que nos parió.
Y todo esto para decir, para decirme, que el domingo pasado volví a mi monte, al Águila de la Calderona donde bien pudo haber tenido lugar una de las tres tentaciones, la que termina "todo esto te daré, si postrado me adorares", porque lo que la vista abarca es merecedor de codicia: en línea con el pico toda la sucesión de cabezas que conforman esta serranía, desde Alcublas hasta Sagunto con el Gorgo, Tristán, Rebalsadores y el Garbí como hitos. De frente, el otro gran pulmón de esta tierra que no solo aroma el azahar; también el cantueso, la jara y los romeros y tomillos. El Espadán que deja, en una breve humillación de su lomo, entrever allá lejos la desproporción del Penyagolosa. Una serranía que se presenta a la vista desde el alto del Ragudo hasta perderse y arrodillarse a espaldas de Almenara, habiendo entreabierto su espinazo por Vall d'Uixó para dejar también entrever la dispersión de las Columbretes. Con una sucesión interminable de picos, altos, cumbres recortadas, galgos estáticos encantados por un hechizo mágico en el momento de saltar en jauría: el Santa Bárbara, La Rápita por detrás de Castellnovo, el pico Espadán (que da nombre a toda la sierra) por encima de Almedíjar, El Bellota, el Tarraguán remontando Azuébar, el Pipa que ya goza del espectáculo directo de las islas Columbretes. Y los dos pulmones se juntan en el llano de Sagunto donde desemboca el Palancia que ha venido separando ambas cordilleras con la dispersión de pueblos que beben de sus orillas: Segorbe, Soneja, Sot de Ferrer con la enorme cúpula de su iglesia barroca y la gracia de su palacio renacentista. Subí con mis buenos amigos Luis, Mary y Carmen al monte Rodeno para aventurarnos perdiendo el miedo al vértigo sobre sus cantiles cabalgados que amenazan con avalancharse sobre la carretera que va a Altura y el barrio de la Tejería. Allí reposamos tras la ascensión tumbados sobre los omoplatos de las piedras para departir y admirar. Tras el descenso y a requerimiento mío subimos al Águila por la cara oeste, por la que hay que trepar y escalar y meterse entre aliagas, zarzales y carrascas. El esfuerzo merece la pena. A medida que ascendemos se nos presenta a la vista toda la palma de territorio que hay entre Liria y Casinos y entre este y Alcublas y la Cueva Santa . Escalamos el último tramo de piedra de rodeno que nos encarama al alto donde está el punto geodésico. Sólo 878 metros de altura pero que se convierten en el mejor observatorio de la serranía castellonense: todo el despliegue cartográfico con que he comenzado esta reflexión. Todavía no se han desplomado las nubes negras y amenazantes que ya se ven venir y que desde el día siguiente van a sumir a la zona en un diluvio pertinaz. Allí, al arrimo del punto geodésico y de la caseta del forestal, tomamos un almuerzo compartido con café incluido. En esa misma caseta pasé largos ratos de charla sobre la vida y los montes con Juan el forestal, un buenhombre de Segorbe de ciencia infusa sobre la madre naturaleza, alguien machadianamente bueno. Ya ha cambiado por la edad las cumbres por la llanura que aún patea en su jeep con su misma intención de mantenimiento de la herencia paisajística de estos parajes. En los largos momentos de tedio silencioso frente al misterio de la montaña y el paciente aguante de sus iras, tempetades, rayos y truenos, donde cualquier otro se hubiera aburrido mortalmente, este buen funcionario del dios Pan se entretuvo plasmando en once folios todo el paisaje que veía a su alrededor, detallando cada nombre, cada accidente geográfico, cada localidad y camino. Poseo una copia de tan valioso documento que los funcionarios que le han seguido casi ni tienen en consideración. Bendito hombre.
Es una original manera de enmarcar una marcha por el monte. El primer fado, uno que ya cantó la gran Amalia Rodrigues, ahora interpretado por la inconmensurable Dulce Pontes. Bailar, soñar, cantar, enamorarse con el mar de fondo y con un mar celoso y absoluto al que hay que ocultar nuestras querencias. El de cierre es de otra gran artista portuguesa, Mariza; su canto, Gente da minha terra. La voz quebrada del fado, aterciopelada por la feminidad de las cuerdas vocales que lo suspiran, se cuela hondo, hondo en algún recoveco del alma. La tristeza fádica, la nostalgia de los anhelos no vividos, la recibimos del pueblo, del terruño, de la madre que nos parió.
Y todo esto para decir, para decirme, que el domingo pasado volví a mi monte, al Águila de la Calderona donde bien pudo haber tenido lugar una de las tres tentaciones, la que termina "todo esto te daré, si postrado me adorares", porque lo que la vista abarca es merecedor de codicia: en línea con el pico toda la sucesión de cabezas que conforman esta serranía, desde Alcublas hasta Sagunto con el Gorgo, Tristán, Rebalsadores y el Garbí como hitos. De frente, el otro gran pulmón de esta tierra que no solo aroma el azahar; también el cantueso, la jara y los romeros y tomillos. El Espadán que deja, en una breve humillación de su lomo, entrever allá lejos la desproporción del Penyagolosa. Una serranía que se presenta a la vista desde el alto del Ragudo hasta perderse y arrodillarse a espaldas de Almenara, habiendo entreabierto su espinazo por Vall d'Uixó para dejar también entrever la dispersión de las Columbretes. Con una sucesión interminable de picos, altos, cumbres recortadas, galgos estáticos encantados por un hechizo mágico en el momento de saltar en jauría: el Santa Bárbara, La Rápita por detrás de Castellnovo, el pico Espadán (que da nombre a toda la sierra) por encima de Almedíjar, El Bellota, el Tarraguán remontando Azuébar, el Pipa que ya goza del espectáculo directo de las islas Columbretes. Y los dos pulmones se juntan en el llano de Sagunto donde desemboca el Palancia que ha venido separando ambas cordilleras con la dispersión de pueblos que beben de sus orillas: Segorbe, Soneja, Sot de Ferrer con la enorme cúpula de su iglesia barroca y la gracia de su palacio renacentista. Subí con mis buenos amigos Luis, Mary y Carmen al monte Rodeno para aventurarnos perdiendo el miedo al vértigo sobre sus cantiles cabalgados que amenazan con avalancharse sobre la carretera que va a Altura y el barrio de la Tejería. Allí reposamos tras la ascensión tumbados sobre los omoplatos de las piedras para departir y admirar. Tras el descenso y a requerimiento mío subimos al Águila por la cara oeste, por la que hay que trepar y escalar y meterse entre aliagas, zarzales y carrascas. El esfuerzo merece la pena. A medida que ascendemos se nos presenta a la vista toda la palma de territorio que hay entre Liria y Casinos y entre este y Alcublas y la Cueva Santa . Escalamos el último tramo de piedra de rodeno que nos encarama al alto donde está el punto geodésico. Sólo 878 metros de altura pero que se convierten en el mejor observatorio de la serranía castellonense: todo el despliegue cartográfico con que he comenzado esta reflexión. Todavía no se han desplomado las nubes negras y amenazantes que ya se ven venir y que desde el día siguiente van a sumir a la zona en un diluvio pertinaz. Allí, al arrimo del punto geodésico y de la caseta del forestal, tomamos un almuerzo compartido con café incluido. En esa misma caseta pasé largos ratos de charla sobre la vida y los montes con Juan el forestal, un buenhombre de Segorbe de ciencia infusa sobre la madre naturaleza, alguien machadianamente bueno. Ya ha cambiado por la edad las cumbres por la llanura que aún patea en su jeep con su misma intención de mantenimiento de la herencia paisajística de estos parajes. En los largos momentos de tedio silencioso frente al misterio de la montaña y el paciente aguante de sus iras, tempetades, rayos y truenos, donde cualquier otro se hubiera aburrido mortalmente, este buen funcionario del dios Pan se entretuvo plasmando en once folios todo el paisaje que veía a su alrededor, detallando cada nombre, cada accidente geográfico, cada localidad y camino. Poseo una copia de tan valioso documento que los funcionarios que le han seguido casi ni tienen en consideración. Bendito hombre.
Este mismo sitio me inspiró el que es hasta ahora mi penúltimo poema (el último y que me agotó el numen fue una elegía a la muerte de mi madre) y que grabé a navaja en esa misma caseta del forestal ya tan desvaída que casi no se disciernen las letras y que me esmeré en retener en la memoria. Eso fue un 22 de enero de 2002.
Como no llevábamos cámara pongo unas fotos de archivo. Intentábamos crestear por toda la sierra circundante, pero un cierto cansancio acumulado de la excursión del día anterior y la amenaza de lluvia nos hizo interrumpir a mitad de camino la vuelta por los molinos de Iranzo y la Ceja que dejamos para otro momento.
Atardecer en el Pico.
(Impromptu tras una ascensión al Águila)
Vivir desde la altura
el mar que se adivina
detrás de la calígine
al par de las montañas.
Sumergirse en el valle
que se hunde en las sombras
donde el lobo al acecho
urde las emboscadas.
Y exponerse a la luna
que imparcial en el cielo
anticipa la noche
cargada de nostalgias.
Segorbe es sólo un hito
de torres mercenarias
que apuntan con sus rezos
al dios Peñagolosa.
Aquí el viento susurra
la voz de las alturas
e impone su silencio
en el alma extasiada.
¿Por qué perecedero
se incrementa el hechizo
de embelesos caducos
y señuelos falsarios?
Por remontar el vuelo
hacia el azul distante
espolearía al viento
con las alas del águila.
“No temas, caminante,
ya está andado el camino
y en un cielo lejano
dios duerme tu secreto.”
GENTE DA MINHA TERRA. Fado por Mariza
Atardecer en el Pico.
(Impromptu tras una ascensión al Águila)
Vivir desde la altura
el mar que se adivina
detrás de la calígine
al par de las montañas.
Sumergirse en el valle
que se hunde en las sombras
donde el lobo al acecho
urde las emboscadas.
Y exponerse a la luna
que imparcial en el cielo
anticipa la noche
cargada de nostalgias.
Segorbe es sólo un hito
de torres mercenarias
que apuntan con sus rezos
al dios Peñagolosa.
Aquí el viento susurra
la voz de las alturas
e impone su silencio
en el alma extasiada.
¿Por qué perecedero
se incrementa el hechizo
de embelesos caducos
y señuelos falsarios?
Por remontar el vuelo
hacia el azul distante
espolearía al viento
con las alas del águila.
“No temas, caminante,
ya está andado el camino
y en un cielo lejano
dios duerme tu secreto.”
GENTE DA MINHA TERRA. Fado por Mariza
Una canción que siempre me ha fascinado (la música griega me hipnotiza) es "Omorphi poli" cantada por María Farantouri (pero no parece que esté publicada en Youtube). Os la brindo aquí por Dulce Pontes y un cantante griego.